martes, 11 de agosto de 2009

Señales

Suele haber ciertas señales:
percibir el hedor bajo el perfume,
ver el mar boca abajo
son algunas de ellas.

No darse cuenta de que todo el dolor
es dolor autoinfligido
—que podíamos habernos marchado
en aquel momento en vez de esperar
a que el daño echara raíces;
que podíamos haber acogido el daño como un regalo y no fuimos capaces—
es otra.

Pero la señal definitiva suele ser
—la experiencia lo dice—
dejar de verse hermosa,
descubrir que el espejo, aunque dorado, está definitivamente sucio.

Ese es un día perfecto para despedirse.

Y si no lo hicimos (por pura cobardía)
y seguimos intentando creer en la apariencia
(aunque quizá, pienso ahora, fuera simplemente
incredulidad, asombro),
y la bomba explota bajo la almohada
rompiendo en pedazos el espejo

qué alivio las plumas en el aire, tan blancas, tan livianas,
y ver, en nuestro propio espejo,
que todo era mentira,
que nuestra belleza sigue intacta.

lunes, 10 de agosto de 2009

Como tantas otras veces,
me quedo con los ojos abiertos hasta tarde:
me muero de sueño y no quiero dormirme,
no me gusta nada lo que me espera mañana.

Al final me duermo de puro cansancio
(no hay ángeles esta madrugada que me consuelen)
pensando en que mañana debe llegar y pasar
para que llegue otro mañana que pasará también
hasta que llegue otro mañana.

sábado, 1 de agosto de 2009

Tormenta

Las carcajadas de la niña en la casa,
como si le hicieran cosquillas los relámpagos en el cielo.

Bienvenida

Un hombre bien vestido
—vestido para la ocasión, como
suele decirse—.
Limpio,
con la sonrisa recién afeitada,
ofrece fresas a los que llegamos.